21 de agosto de 2012

El peso

- No sé bien por qué decís lo que decís -le dije y lo miré a los ojos, fijamente. Trataba de entender
- No, yo no entiendo por qué ustedes dicen que soy tan zarpado - retrucó.
- Dale, nene: ¿en serio no te das cuenta?
- Basta, no. Soy un burro, no soy inteligente; me va mal en la escuela - y giró la cara. Seguía caminando a paso rápido y miraba el vacío.
- No miento nunca -le contesté-.
- ¿Y cómo puedo saberlo?
- Haceme una pregunta, cuya respuesta ya sabés que va a ser mentira, porque te lo estoy avisando ahora, y mirá mi cara.
- ¿Tenés novio? - preguntó. Me miró con curiosidad y me puso a prueba.
- Sí.
- Bueno, sigo sin creerte - reaccionó. Me ofusqué un poco.
- Hasta le hablé a mis viejos de vos ¡Te conocen por nombre y todo! - le comenté al pasar, porque me costó admitirlo.
- ¡Pero mirá si le vas a haber hablado vos de mi! - no me creía. Yo tragué saliva muy fuerte. Alrededor, muchos nos miraban. En La Ribera, la gente vivía su sábado. Nosotros nos sincerábamos.
- Sí, lo hice. De hecho, si pudiera, te adoptaría como hermanito. Espero que algún día veas todo lo que veo: sos inteligente, profundo, capaz. Tenés un potencial enorme.
- No, basta. No hablas de mi; es imposible- A. no podía aceptar mi verdad. Le pesaba que alguien creyera tanto en él.

No hay comentarios: