“El egoísmo es nuestra basura” definía así esta persona... si se le puede llamar persona. Unos enormes bultos se movían al ritmo de sus palabras más ridículas y contradictorias, se movían rápida y lentamente a medida que las vocales se iban uniendo el su suspiro más profundo.
Bultitos rosas, bultos estirados y rosas, totalmente desagradables. Una especie de nariz repingada afirmaba su supuesta finura, o por lo menos la que quiso comprar y no pudo conseguir.
Así continuaba su relato de cómo se tenía que vivir, y poder ser buena persona a la vez. Usaba tantas palabras simples y vacías que, el oyente, desconcertado, trataba de buscar algún trasfondo. Era prácticamente imposible que no lo hubiera, y más con un tema tan importante como el ser, el ser y su luz interior, bah, esencia, perdonen pero prefiero llamarlo esencia.
Mientras esta maquiavélica persona hablaba de lo buena que puede llegar a ser, tres indias, una más chiquita que la otra, con los ojos fríos y tristes, pasaban a su lado, pregonando libertad sin ningún triunfo. Las miró, hizo un gesto facial de mucho amor, les pidió que le sirvan el té, que le laven los pisos y que poden su jardín, y volvió a mí nuevamente, acomodando su cabello cada tres microsegundos y recitando de memoria partes del Corán.
No era, justamente, la persona más linda del universo, pero ella así lo creía, estaba orgullosa de su plástica cara acartonada, de sus arrugas invisibles y de su tornillo en el cuello, el cual giraba cada vez que alguna parte de su rostro decaía.
Posaba para las fotos como una gran belleza, miraba con una pasión increíble y seducía al fotógrafo como si este fuera el último hombre sobre la tierra, seguramente eso la hacia única en su especie, digo seguramente, porque sé que no es la única, pero también doy margen a la duda, todos somos únicos e irrepetibles.
Tal vez ellas se parecen un poco más, hacen una especie de simbiosis en donde se identifican,. les gusta y son felices. ¿Qué tiene de malo? Son felices, ¿envidia tal vez? lo dudo...no poder besar con mis labios, no poder apoyar mis pechos sobre tu piel, o simplemente no poder reírme demasiado porque, el médico indicó que sonreír bruscamente puede hacer soltar los puntos, y eso no nos sirve, no, no, de ninguna manera.
Pero lo cierto es que había cada vez más luz en su cuarto, entraba y no paraba de llenarlo, sus blancos dientes impedían poder diferenciar entre las paredes pulcras, sus dientes y la luz, era imposible no cegarse.
Una de las indias cometió el error de entrar justo en el momento en el cual una mesa estaba por levitar. El monstruo pegó un grito desagradable y ella, con flor de susto, soltó la bandeja de plata. Todo al piso.
Enloqueció. Al monstruo empezó a hervir en su ira, se le empezaron a derretir los pómulos, chorreaban, y sus labios hacían burbujitas pequeñas que explotaban a medida que los gritos aumentaban.
La alfombra estaba cubierta por té verde de tilo- era lo que la dama tomaba para encontrarse con “su luz interior”-sin embargo la luz seguía ahí, afuerita de ella, entre las sábanas, entre la india y sus ojos. Ésta lloraba en silencio mientras, su ama, se iba suicidando de a poco.
El olor a plástico quemado invadió la habitación y tuve que salir a respirar al balcón. Cuando volví a ese infierno encantador, al lado de la mancha de té verde de tilo, una mancha brillante y transparente reposaba, aún burbujeando.
La india seguía llorando mientras intentaba barrer a su ama. Me provocó darle un beso en la frente. Ella se enfureció y me reclamó en su llanto. Ahora, ¿quién me va a dar de comer?.
Pregunta que me destrozó y sólo pude llorar con ella, en silencio.
F.
5 de abril de 2008
La Reina que no quería, pero se suicido igual
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