4 de abril de 2008

Culebrón

La huelga es a veces esporádica, a veces cuando pasa un largo rato de estar en la misma posición y sentado en la misma silla, tu rostro se incomoda y tratas de moverte un poco, balbuceando, divagando una fantástica historia que, después de tomar nota, noche tras noche, logro entender y seguirle el hilo, aunque sea un poco.

Muchas veces tuvimos estos desencuentros, muchas veces hubo silencios necesarios para vos, desesperantes para mí. Pero este era diferente, hacía más de tres días que no te dirigías a mi, hace varios días que, sabía que estabas ahí, mirándome cuando yo lavaba los platos, y daba vuelta bruscamente, agachabas la cabecita, encerrado nuevamente en tu triste pensamiento, sofocado de calor, confundido de que yo, al no obtener respuestas, vaya y venga, con las flores muertas y su florerito de cristal, de acá para allá.

En tu cara vi, otra vez, la expresión de descontento, la expresión del amor perdido, del amor que es tan rico cuando es practicamente imposible, pero a la vez está envuelto de un inmenso dolor. A veces, confieso que juego un poco con la eternidad que nos rodea, juego con lo infinito de nuestras miradas pocas veces encontradas, juego con los recuerdos de esas noches de hotel, entre sábanas acartonadas y paredes raspadas de sudor. Sonrío, sonrío y lloro viéndote tan hermoso, viéndote tan mío, tan tuyo, tan de nadie, como yo.

Ya se me hizo costumbre el toser de cuando en cuando, aunque sepa que no consigo siquiera sobresaltarte. Pero paso, voy y vengo con mi tos, ya nerviosa, con la garganta cansada de gritar en silencio, y veo tus orejitas rojas, rojas de escucharme decir tantas cosas, tus ojos tratando de entender qué es lo que quiero conseguir cuando me siento enfrente tuyo a mirarte, a tirarte de la remera sabiendo que nada consigo, cuando me siento sobre ti, y te beso los ojos, los cachetes, las orejas, la naricita. Mi lengua pasa, aniquilando cada movimiento rechazador que recibo, te dejás, quieto te dejás mojar por mí, y llorás, lo sé, lo sé porque la sal invade mis dientes, mis labios.

Mi querido personaje de novela, que conseguiste ser novela noblemente. Te conseguí como protagonista de una historia paralela a la mediocre rutina que te consume la vida. Así te conseguí, merecidamente lo logré, pero no lo busqué. Yo buscaba otra cosa, no esa maldíta silla que, parece ser tan cómoda, que no te deja mover.

Entonces sí, sueño, imagino, traduzco despacito, escribo, me enamoro con cada ausencia, con cada luna que pasa, porque nada puedo hacer, soy la titiritera de mi historia, no la de los dos y por más que tire y tire de los hilos débiles que nos sostienen, uno a uno se va cortando como una filosa cuerda de guitarra, dejando, en el eco de la pieza, una nota musical que se va muriendo, que se va perdiendo.

Desde siempre supe que detrás de ti, atrás de la ventana que cada tarde daba a tu imagen una luz de siesta preciosa, estaba tu presente. Latente presente, que en mi historia se encuentra atrás. En la tuya, sentadito al lado, en otra silla, tomándote de la mano, mientras te hablo de cachorros simpáticos, mientras te muestro cómo aprendió el cocodrilo del diván a hacer piruetas.

Esa sal que siento cada vez que te beso, estos minutos diarios en los que una cena lejana está latente, tienen que servir para algo, sé que tienen que ser por algo, la idea de que un ser totalmente ajeno a mi vida, sea el dueño de esos minutos, de esos días, de que una mujer con todo para dar te lo ofrezca, una vez, sólo una vez, es absolutamente maravillosa...




F.