Me dijeron que estaba demasiado limpia y supongo que, en algún lugar de mi fuero interno, creía que era así. Me calcé las zapatillas, me puse mi mochila al hombro y me fui al barro. Literalmente.
Empiezo a creer que no me gustan las medias tintas en algunas cuestiones y decidí ampliar horizontes, romper esquemas, revolucionar mi cabeza. J. me propuso ayudarlo con una revista que estaban haciendo en Villa Fiorito y le amplié la apuesta: decidí militar el barrio, no sólo colaborar con el proyecto.
Una simple decisión que, para ser tomada, necesitó de 23 años de maduración y experiencias. Creer cosas, pensar cosas, expermientar cosas, estudiar cosas, vivir cosas y decidir ir a Fiorito. Ese es el camino que me llevó a empezar lo que empecé y a revivir. Porque es eso, empezar a vivir de otra manera.
Soy extranjera en todo sentido; la minoría de la minoría, que es mayoría ahí. Pero me reciben tan bien, que pocos parecen creerme.
Uno va allá, con su educación blanca y tradicional, con los prejuicios porteños, con su imagen de lo que una villa cree que debe ser y trata de hacer algo con todo eso que cree que tiene. Pero allá te lo destruyen, te rompen, te quiebran, te mueven la estructura, te knockean el mundo. Y menos mal: mi mundo ya me quedaba apretado.
13 de agosto de 2012
Me destruyeron
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