PARTE DOS:
Luego de alejar a las quince mariposas melosas que me perseguían, traté de abrir la puerta nuevamente del dormitorio, sin éxito. Al golpear varias veces, una señorita de cabellos de petróleo me apartó del camino, cerró la puerta y con un dedito en la boca hizo suavemente un ligero sonido de silencio.
Me quedé quieta en mi lugar, mientras la puerta se quebrajaba. El humo recorría toda la casa, el humo salía de su cuarto. Los gritos eran insoportables, y mi llanto no cesaba. Tiesa y blanca estaba... esperando vaya a saber uno qué.
Una pluma traspasó la puerta y con un leve vientito se acercó a mi, rozándome el cachete hasta hacerme cosquillas. La tomé y me la guardé en el bolsillo. La enfermera iba y venía, cuando salía a buscar más miel dejaba la puerta entreabierta y se veían sus manitas, seguían así: lánguidas e inertes y sus alas estaban cada vez con menos blanco, estaban grises, estaban negras.
Tenía huecos violentos en una de ellas, y sus plumas volaban por todo el cuarto. No podía verla, sabía que estaba muriendo, pero no podía verla, sólo miraba sus manos y las plumas algodonadas que adornaban la tétrica escena, la escena final, decían.
No quedaba mucho que hacer, tenía mi pluma en el bolsillo y esperaba atrás de la puerta. Manos y brazos me enroscaban, algunos, de vez en cuando, hasta me daban palmaditas de aliento. Yo sólo quería verla. Un minuto más por lo que más quieras!!!! dejame entrar, un segundo, sólo un segundo!!! y, ella, con su ligero sombrerito blanco que se movía mientras negaba con la cabeza me sonreía cínicamente, porque claro, a ella no se le estaba yendo su ángel, ella estaba bien, toda maquilladita, pura de pies a cabeza, y se daba hasta el lujo de darme consejos. Idiota.
Era muy duro pero, sobretodo, demasiado injusto. Ella era tan hermosa...
11 de julio de 2008
ALAS
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