22 de abril de 2008

Humo

Veredas. Adoquines. Humo. Humo transparente que iba metiéndose poro tras poro, invadiendo sus pequeñitos pulmones.

Sentada pateando una piedra estaba ella, con el estómago revuelto de arroz y huevos, con la remera revuelta de pasto y barro, la cara revuelta de tristeza y aburrimiento, ella estaba toda revuelta, de los pies a la cabeza.

Sus pocos y largos pelos colgaban de una gomita de plástico, de esas gomitas que sabemos que cuando las sacamos duelen, mucho duelen y mucho arrancan. La frente limpia y alta y dos lunares que parecían dibujados, uno encima de cada ojito brilloso.

Y ella pateaba y pateaba la piedrita y sus sueños se esfumaban como la nube de humo insolente que volvió lo turbio aún más turbio, y lo claro menos claro. Una de las manos la tenía muy bien ocupada acariciando su rodilla lastimada, y con la otra se rascaba el ojito que no paraba de llorarle, estaba realmente podrida de que le lloren los ojos, y se enojaba mucho, y al enojarse se ponía triste y entonces le lloraban aún más, y así se lastimaba, rascando en aumento sus ventanitas marrones.

Un señor con su perro que por ahí pasaba, tuvo que frenar, el semáforo se había puesto rojo.

Suspiró, parecía estar realmente apurado. El perro olió a la muchacha y ella, con una manita en el ojo y otra en la rodilla, pegó un salto.

-No llores nena, no muerde, es educado.
Lo miró con los ojos llorosos y llenos de miedo, nunca le hablaban.

- Dejá Tomy- le dice de un grito al canino- dejala que se asusta

El semáforo continuaba en sangre y, a ella los minutos se le hacían eternos, con el perro respirándole en la nuca, rápido y húmedamente. No pensaba mucho, en realidad no pensaba, sólo sentía, siempre fue así, siempre sintió todo, todo el tiempo. Sentía miedo y Tomy lo sabía, a Tomy le gustaba.

- Ahora vamos a casa a darte un baño, una rica cena y a dormir que mañana te tengo que llevar al psicólogo y luego al colegio, dejala en paz que se asusta.

El perro movía la cola tontamente con cara de tonto y su lengua de medio metro tocaba las baldosas sucias, los ojos de Ángela estaban cada vez peor, le dolía la piel, la espaldita, las piernas y su rodilla raspada sangraba de vez en cuando.

- Vamos Tomy, vamos que te tengo que bañar, dejá de hacerte el rebelde que mañana le voy a tener que contar a su psicóloga.

¿Qué será eso?- pensó Ángela.

- Vamos que la peluquera me dijo que ya salía de la veterinaria y no llegamos.
Al ver que el señor estaba ya por cruzar la vereda, Ángela levantó la mano y lo miró con sus ojos de almendra esperando lo único que la iba a salvar de los golpes nocturnos, ella ya había aprendido, no le gustaban los golpes.

El señor atinó a mirarla de reojo como si no existiera nada más y entre susurros dijo: cada día que miro al humano quiero más a mi perro, me das lástima tan sucia, qué asco.

Y ese era su trabajo, eso le habían enseñado perfectamente, dar lástima.

El señor cruzó, y ella sin importarle siguió esfumando sus ideas de arco iris púrpuras.

Total, siempre pasa gente por esa esquina, total siempre me regalan caramelos del kiosco, total toda mi vida va a tener que ser de mendiga. Un perro es más importante para el señor, perfecto, mi perrito también es más importante que él. Puchero. Mangas mojadas del llanto. Todo sigue igual, Ángela.

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